19 de mayo de 2009

UN CUENTO DE ARRABAL

No era la mejor de las tardes. Un olor a tierra húmeda y el croar de los sapos que salían de sus huecos anunciaban la inminente tormenta, cuyas grises nubes se cernían ya sobre los techos de chapa de Boedo. El mundo parecía detenerse ante la lluvia, nadie quería ser sorprendido por el aguacero. Las viejas salían a los patios a juntar la ropa, los pibes guardaban sus triciclos y juguetes, los malevos se refugiaban en algún bar de mala muerte. Casi analógicamente, el comportamiento de la gente era parecido al de las cucarachas que escapan de la cocina al encenderse la luz.

El primer chubasco cayó indiferente, sorprendiendo a algunos incautos y a otros casuales transeúntes. El desorden de corridas y los amontonamientos bajo los escasos aleros se adueñaron de las calles.

Es allí donde las más locas historias se suceden, en las aglomeraciones desesperadas. En las orgías de gente que, escapando de alguna calamidad, siente cosas distintas. La efímera sensación de adrenalina que produce un escape es tan intensa, que se compara solo al amor. Quizás por eso fue que Carlos creyó estar enamorado.

Esa tarde fue sorprendido, como tantos, por un goteo grueso y helado. Buscó refugio bajo un balcón junto con otros tantos, entre ellos Marta. Al verla sus ojos simplemente no pudieron apartarse de ella. Sus largos cabellos de un castaño alazán, su mirada intensa, toda su cara mojada por la lluvia, o tal vez el hecho de que nunca había visto pechos tan prominentes provocaron en él una instantánea e irrefrenable pasión. Él jamás había creído en el amor a primera vista. Pensaba que todos sus amigos estaban locos al afirmarle que tal aberración podía tener lugar en la más perfecta de las sociedades.

Sin embargo en ese momento no atinó a reflexionar todas sus charlas de café con los muchachos, estaba demasiado ocupado en echarle miradas insistentes a Marta. Después de un rato se acercó amablemente y le ofreció un pañuelo para que secase su rostro. Ella lo aceptó de buen grado y al instante entablaron conversación. La invitó a tomar un café, entonces salieron corriendo, huyéndole a la tempestad, hacia el bar de la otra cuadra.

Allí cambiaron el menú de café con medias lunas por un par de vasos de vermouth con ingredientes. Salieron del lugar y casi instintivamente rumbearon para la pensión de Carlos, donde dieron rienda suelta a sus más profundos instintos. Eran apenas la 9 de la noche.

Carlos despertó a la madrugada, miró a su lado pero ya no había nadie, Marta se había ido. Se levantó y fue a la cocina, encendió la luz y vio como cuatro cucarachas corrían despavoridas hacia una rejilla. Se acercó a la ventana, observó que las nubes ya se habían disipado y el cielo estaba totalmente despejado. Se preparó un café, mientras tanto ya empezaba a clarear el alba.

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