19 de mayo de 2009

CRITICA FILOSOFICA DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

Quizás recuerden a algunos sabios de entre nuestros antepasados (sabios en realidad aunque no en la estimación del mundo) que se atrevieron a dudar de la propiedad del término "progreso" aplicado al adelanto de nuestra civilización. Mucho después de la muerte de esos sabios surgió una poderosa inteligencia que luchó con audacia por esos principios cuya verdad aparece ahora, ante nuestra liberada razón, tan por entero evidente; principios que hubieran debido enseñar a nuestra especie a someterse al gobierno de las leyes naturales, en vez de intentar su intervención. A largos intervalos aparecían algunos espíritus magistrales que consideraban cada adelanto en las ciencias prácticas como un retroceso en su verdadera utilidad. A veces la inteligencia poética (inteligencia que es la más sublime de todas, lo cual sabemos ahora, ya que esas verdades de la más perdurable importancia no podían sernos reveladas sino por esa analogía que habla en tonos precisos a la imaginación sola, y cuyo peso no soporta la razón desamparada); a veces, repito, esa inteligencia avanzó un paso en la evolución de la vaga idea de la filosofía y descubrió en la parábola mística que le contaban del "árbol de la ciencia", y de su "fruto prohibido" que engendra la muerte, una clara advertencia de que la ciencia no convenía al hombre en la minoría de edad de su alma. Y esos hombres, los poetas, viviendo y muriendo entre el desprecio de los "utilitaristas", ásperos pedantes que se arrogan a sí mismos un título que solo se hubiera podido aplicar con propiedad a los despreciados; esos hombres, los poetas, contemplaron con añoranza, pero no sin cordura, los antiguos días en que nuestros deseos eran tan simples como sutiles nuestros goces; días en que la palabra "júbilo" era desconocida, de tan solemne y profundo como era el tono de la felicidad; días santos, augustos, bienaventurados, en que ríos azules corrían benditos entre colinas intactas, adentrándose a lo lejos en soledades selváticas, primitivas, olorosas e inexploradas. No obstante, esas nobles excepciones del general desgobierno sólo sirvieron para fortalecerlo por medio de la oposición. Habíamos entonces caído en los más aciagos días de todos nuestros días aciagos. El gran "movimiento" (éste era el término de aquella jerigonza) avanzaba: agitación morbosa, moral y física. El Arte, las Artes, fueron elevadas al grado supremo, y una vez entronadas, pusieron cadenas a la inteligencia que las había elevado al poder. El hombre, como no podía reconocer la majestad de la naturaleza, se entregó a una exultación pueril en sus conquistas y dominio siempre creciente sobre los elementos de aquélla. Así, mientras se pavoneaba imaginándose un Dios, una imbecilidad infantil se abatía sobre él. Como podía suponerse desde la iniciación de su trastorno, se vio él invadido por sistemas y abstracciones. Y envuelto por completo en generalidades. Entre otras ideas excéntricas, la de la igualdad universal ganó terreno, y frente a la analogía y a Dios, a despecho de la potente y amonestadora voz de las leyes naturales, que penetran tan visiblemente todas las cosas de la Tierra y el Cielo, se hicieron tentativas insensatas por  establecer una Democracia que predominase en todo y sobre todo. Sin embargo, este mal surgió por fuerza del mal primero: la ciencia. El hombre no podía al mismo tiempo saber y sucumbir. Entre tanto, se alzaron enormes ciudades humeantes, innumerables. Las verdes hojas se arrugaron ante el calor de los hornos. La bella faz de la naturaleza quedó deformada como por los estragos de alguna repugnante enfermedad. Y me parece que nuestro sentimiento, aunque dormido, de lo forzado de los cabellos, hubiera debido detenernos ahí. Pero ahora parece que hemos forjado nuestro aniquilamiento al pervertir nuestro gusto, o más bien al descuidar ciegamente su cultivo en las escuelas. Pues, en verdad, era en esa crisis donde el gusto solo (esa facultad que, manteniendo una posición media entre la inteligencia pura y el sentido moral, no ha podido ser nunca olvidada sin peligro), era ahora cuando sólo el gusto podía conducirnos con suavidad hacia la belleza, hacia la naturaleza y hacia la vida. Pero pobre del puro espíritu contemplativo y majestuosa intuición de Platón, pobre Mousikê, el que consideraba la justicia como una educación suficiente en absoluto para el alma, por desgracia para él y para ésta. Cuando los dos habían sido más por completo olvidados o despreciados, era cuando más desesperadamente se los necesitaba a los dos. Pascal dijo (y con que verdad) que “tout notre raisonament se réduit à céder au sentiment”; y no hubiera sido imposible, si la época lo hubiese permitido, que el sentimiento del natural hubiera recobrado su antiguo ascendiente sobre la brutal razón matemática de las escuelas. Pero eso no debía ser. Provocada prematuramente por excesos de ciencia, se acerca la vejez del mundo. Es lo que la masa de la humanidad no ve, o lo que, viviendo con vigor, aunque sin felicidad, finge no ver. Pero los fastos de la Tierra no han hecho más que enseñarnos a considerar la ruina y el exterminio como el precio de la más alta “civilización”, y es un precio que al parecer estamos dispuestos a pagar.

1 comentario:

  1. Me alegra saber que mi email haya sido un incentivo para la creación de este blog(que ya te adelanto,voy a ser una fiel seguidora).
    Caía de maduro que tenías que tener tu lugar de expresión para hacer públicas tus ideas.
    No voy a repetir lo que pienso en cuánto a tu persona.Simplemente decir que tenes mucho talento para desarrollar.
    Quiero seguir leyendo críticas constructivas como la que acabas de publicar!
    Éxitos amigo!..
    y sabes,la asignatura pendiente de hacer un proyecto juntos,ya se concretará!
    Besos.

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